Dicen algunos poetas que los sueños los envían los dioses desde el Bardaliut. Dos formas tienen de hacerlo: o bien los sueltan en los bordes de su reino celestial, y por sí solos caen como frutas maduras sobre las cabezas de los hombres; o bien, cuando se trata de sueños que han de recibir los personajes importantes, como reyes, brujos, generales o videntes, los propios dioses bajan desde las cumbres etéreas y los susurran al oído de los mortales para que no se les escape nada de lo que aparezca en ellos, sean visiones o palabras.
Pero Barjalión y otros han escrito que los sueños poseen su propio reino, una isla que flota a la deriva en el Mar de la Vida. A esta isla ningún marino ha podido llegar, pues cuando un barco intenta acercarse a ella, se aleja en el horizonte como una visión borrosa. La isla está sembrada de vastos campos de amapolas y adormideras, y en su centro se levanta una ciudad cerrada por muros de mica y cristal. Dos puertas se abren en estas murallas. Una, la más grande, es de marfil, y por ella brota el gran tropel de los sueños engañosos. Por la otra, más estrecha, de batientes de cuerno tallado, salen los sueños veraces, que son los menos frecuentes y los más preciosos.
Fragmento del libro:
LA ESPADA DE FUEGO
Javier Negrete.
domingo, 28 de agosto de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario